para M.
Atardecía
cuando se detuvo a las puertas del vetusto edificio. El polvo colgaba
de los últimos rayos de sol cargando el ambiente de una consistencia
extraña y proyectando su sombra hacia el interior de aquella
construcción camino a ninguna parte. Tras detenerse un instante
cruzó el viejo porche y entró. De inmediato, algo llamó
poderosamente su atención. Las ausencias, todo aquello de lo que el
lugar carecía, las cosas que una vez existieron y ahora habitaban el
vacío. Ausencias, ecos, reverberaciones y silencios. Silencios como
truenos y silencios tan profundos que fueron capaces de atrapar la
luz, dejando tan sólo un punto de densa oscuridad donde una vez
clamó una voz. Parado en mitad del vestíbulo aquellas paredes le
hablaban de tiempo y voluntad. Porque las paredes son incapaces de
olvido.
Algo
extraordinario ocurrió entonces, una revelación. El vacío se cargó
repentinamente de energía y miríadas de impulsos eléctricos
bombardearon sus terminaciones nerviosas. Escalofríos helados
recorrieron sus extremidades y repentinamente todo se transformó.
Nunca entendió que fue lo que sucedió, no supo si fue una
experiencia real o tan sólo un ataque de locura. Aquellas figuras
estaban ahí pero se sentía como una existencia totalmente ajena a
ellas, como si un ataque de realidad le hubiera despertado en mitad
de un extraño sueño.Todo cobró vida y ante él empezaron a
desfilar imágenes cargadas de simbolismo.
Anduvo
por corredores y percibió los miedos que colgaban de las paredes, el
odio, los deseos, ilusiones y esperanzas. Encontró numerosas
puertas, algunas se abrían a su paso mientras otras permanecían
cerradas encadenando tras ellas sus misterios. Vio a C maldiciendo la
envía de los Dioses y odiándose por conocer cada final,
convenciéndose de no creer lo que sabía un día sería cierto.
Entró (y decidió no quedarse) en la habitación 209, la preferida
de la tristeza, donde descansaron sus cabezas todos los atormentados
y en la que tantas lágrimas se derramaron que sus paredes quedaron
impregnadas de salitre. Se cruzó con sonrisas que escondían
secretos y con rostros de una tristeza desoladora. Hubo lámparas que
retumbaron con sonoras carcajadas desvanecidas en el amanecer de los
días y llantos de niños con miedo a las sombras.
Estuvo
perdido por un laberinto de estancias y llegó al gran salón donde
los encontró a todos. En un rincón, como un viejo hito que marcara
el final del camino, estaba la banqueta de H, en la que una noche
comprendió al mirarse en los ojos de E que había llegado a su
patria. Elegantemente vestidos S y W hablaban sin parar, prestando
mayor atención al sonido que al significado de sus palabras. Al
final de la sala, alrededor de un viejo tocadiscos B, A, J y N
enloquecían a multitud de cuerpos sin rostro con historias de
andenes perdidos y automóviles secuestrados, viajes a lugares
extraordinarios y encuentros con seres de otros mundos bajo el
aullido y el frenesí de trompetas y saxofones enloquecidos.
Se
dirigió a ellos y se desvaneció en la noche de su locura.
Nunca
entendió que fue lo que sucedió, no supo si fue una experiencia
irreal o tan sólo un ataque de cordura pero ¿quién distingue la
diferencia?
Anthony Patch.